EL RESPETO A LOS NOMBRES

Saludos cordiales para todos los amigos lectores de El Horr. Hoy vamos a reflexionar un poquito sobre esas palabras que al escucharlas, provocan que nuestra atención se ponga en alerta; provocan que contestemos a una llamada, a una pregunta. Nos estamos refiriendo a los nombres; es decir al nombre que cada persona tenemos; y que, en muchos casos, no es utilizado de forma correcta por nuestros semejantes y por nosotros mismos. 

En este tema, como en muchos otros; la prisa, la comodidad, el deseo de agradar y otros factores, influyen de forma clara en la adulteración de los nombres; algo que no por el hecho de que sea aceptado por la mayoría de la sociedad, viene a significar, que sea algo correcto ni adecuado.

Cuando llegamos a este mundo; venimos desnudos, sin nada añadido; y lo primero que nos ponemos; o mejor, lo primero que nos ponen; es el nombre. En muchos casos, incluso antes de nacer, ya tenemos un nombre; dado que el nombre no es algo material.

A todo niño que nace, le damos un nombre, con el cual, esa criatura se va a sentir reconocido por sus semejantes.

Sin embargo, ocurre en muchos casos, en demasiados casos que a un bebé, se le da el nombre de José; por ejemplo; y alguien, tal vez un pariente, un vecino, un amigo, sin previa consulta, le empieza a llamar Pepito; y otra persona, le llama Joselito; o tal vez, se le llama por algún mote o apelativo, como chiquitín, chico, y muchos otros, que podemos escuchar por doquier.

Esta práctica, que resulta muy frecuente, es un hecho que influye de forma indeleble en el nuevo ser; dándose el caso de que, con los años, casi nadie llama a esa persona por el nombre que se le dió al nacer.

Debemos reflexionar sobre un dato etimológico de profunda importancia y significación. Es el siguiente. La palabra NOMBRE, tan sólo varía en una letra de la palabra HOMBRE; y esto no es casualidad. Si tenemos la fortuna de aprender de nuestros antepasados y estudiamos los nombres que ponían a sus hijos y sus significados, podremos comprender la importancia que tiene el respeto al nombre de cada ser humano.

El hombre debe tener un nombre; y ese nombre, esa palabra, ese sonido, debe serle grato para identificarse con él y sentirse respetado, amado, aceptado y querido por sus semejantes, y por toda la sociedad a la que pertenece.

Nombre, significa, el sonido por el cual, representamos en nuestra mente la imagen y características de un ser humano. De este modo, cuando escuchamos el nombre de alguien, sentimos una emoción, tal vez de cariño, o tal vez, de admiración, o de respeto. Es decir, que el nombre, es la tarjeta de presentación del hombre (tanto femenino como masculino).

Cuando una persona dice por ejemplo "Es que Gonzalo suena muy fuerte para un bebé, así que le llamaré Gonzalito"; está cometiendo un grave error; dado que el nombre no se le da a un cuerpo, sea grande o pequeño; sea blanco o negro. Un nombre se le da a un espíritu para que le ayude a realizar este viaje por la vida, de forma digna, valiente, serena y feliz.

Con este hábito de cambiar el nombre de las personas, en muchos casos, las personas se acostumbran a que las llamen por diminutivos, apócopes o apodos y, por temor, por no causar conflicto, por timidez, se habituan a responder ante unos sonidos que no se corresponden con el nombre original que se le dió al nacer.
 
Si no somos capaces de comprender que el respeto a los demás comienza por el respeto a su nombre; poco podremos avanzar en construir una sociedad más justa y solidaria.

En algunas ocasiones cuando he comentado este asunto con algunas personas, me contestan "es la costumbre".Y la reflexión que debemos hacernos es ¿qué es una costumbre? Una costumbre es algo mecánico, inconsciente, rutinario. Es algo que se hace o que se dice porque siempre se ha hecho así; o porque la inmensa mayoría lo hace de ese modo. Sin embargo, la realidad nos demuestra que las "costumbres" cambian con los tiempos y con las modas; por lo tanto, mi reflexión es que no es necesario esperar a que cambien las modas o las costumbres para actuar con respeto.

Tal como antes hemos apuntado, nuestros antepasados tenían un nombre; y ese era el sonido por el cual, todos sus semejantes los reconocían. No tenían apodos, ni diminutivos, ni apócopes, ni pseudónimos; dado que todas estas prácticas no hacen mas que desvirtuar el nombre o sonido original que identifica a esa persona. De este modo, nadie de nuestros antepasados se hubiera creído con el derecho de adulterar el nombre original de otro ser humano, y no se hubiera atrevido a cambiar su nombre, por otra palabra, o sonido.

El mayor ejemplo de lo que aquí estamos exponiendo lo tenemos en todos los maestros espirituales que ha habido en nuestro Planeta, a lo largo del tiempo.

Todos nosotros hemos escuchado alguna vez algunos nombres, como los de MAHOMA, BUDA, ZOROASTRO, JESUS, LAO TSE, ABRAHAM, MARIA, SÓCRATES, CONFUCIO, TERESA, FRANCISCO DE ASIS; y hemos podido comprobar como a ninguno de ellos, nadie, nunca, jamás, le ha cambiado el nombre o le ha llamado por diminutivos.

De este modo comprenderemos que el respeto y la dignidad de todo ser humano, está mas allá de creencias, modas y costumbres; dado que la dignidad es un atributo de nuestro Ser, de nuestra Alma y de nuestro Espíritu.

Como conclusión, les proponemos la reflexión, y la comprensión de lo que aquí se ha expuesto, a fin de sentir dentro de nosotros, la verdadera magia de la palabra; el don divino que nos hace humanos ante nuestros semejantes.

Cuando llamamos a otro ser humano por su nombre, con respeto y cariño, provocamos una vibración de alegría, de armonía  y de felicidad que repercute en nosotros mismos y en la convivencia de toda la sociedad.

Tengamos presente que el NOMBRE, es el sonido que identifica al HOMBRE.

Muchas gracias y hasta luego.

José-Fermín Peña Bueno
 "Investigador Independiente"

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